
Diego apuntó donde debía. El sábado, después de que los lateros colocolinos anduvieran gritando por la ciudad, me puse mi colaless rosado encajado en ángeles malditos. Un modelo que encontré en uno de mis viajes a Santiago. Me gusta como mezcla el detalle femenino del rosado con esos ángeles ambiguos que vuelan alrededor de mi cosa. Siempre imaginé que alguien me los sacaría lentamente entreteniéndose con los querubines para terminar dándome como me gusta. Pero Diego me sorprendió. No los sacó. Los revolvió por mi cosa y por mi culo, los confundió con su lengua, jugó con los ángeles malditos hasta el punto de confundirse con ellos, los bajó a las rodillas y me puso de espaldas. Lo sentí con éxtasis. Los subió otra vez y los volvió a correr de aquí para allá como si el cielo fuese una expansión de mi cuerpo. Fue divino.