martes, 23 de octubre de 2007

Nadie sabe

Me estuve volviendo loca. En medio de tres amigos. Mi amiga Mariana pololea con mi amigo Rubén, y Rubén se tira a Marcela. Ya aprendí hace mucho a no meterme. El tema es que soy amiga de los tres desde hace por los menos 10 años y los quiero a todos entrañablemente. Así es que me quedo calladita mientras todo sucede. Podría ser sólo una sapa más del lote de las aburridas, de las que no tienen vida pero no. Salgo mucho con ellos ¿podría decir por separado? Salgo sola con Mariana, y sola con Marcela y sola con Rubén. También salgo con Mariana y Rubén y con Marcela y Rubén. Y lo paso bien de todas formas. Seré una puta amistosa, cínica. No. Todos somos grandecitos y los signos están a la mano, lástima que cuando estás enganchada no los veas pero bueno, no es tan así. Marcela sabe de Mariana pero no viceversa. Si me preguntaran diría: pregúntale a él. Esa es la clave: la panorámica de los sentimientos la tiene Rubén. Y ellas no son sus títeres. Alguna vez fui un títere, pasó algún tiempo hasta que pude ver en conciencia y decidí ser títere. Hasta que todo acabó ¿así será siempre?
Salimos del condominio donde vivo junto a Gonzalo y su señora, Sofía. Nos acompaña Rubén. Casi al llegar a la puerta se nos adelanta una hermosa jovencita, de unos 18 años, vestida de negro, elegante, voluptuosa. Rubén la mira como el mandril alfa que quiere a una mona de la camada, Sofía se impacta y yo hago muecas gesticulando como si a Rubén le crecieran los colmillos. “Tú tienes una hija, Rubén”, dice Sofía. “¿Y?", responde Rubén. Y veo la crudeza de la realidad de la mujer en la cara de Sofía. Ve pasar a la niña y sabe que no puede competir, ve su sombra de juventud y sabe que por más cirugías que se pueda hacer, que por más que se cuide, la luz de los senos y la luz de las caderas y la luz de las piernas de la muchacha encandilan los ojos de los hombres. Entonces me veo yo y me asusto de esa premonición.

martes, 9 de octubre de 2007

Golfistas y cadis



Emilia, una amiga antigua, de esas que te encuentras después de harto tiempo y te reconoces y te conectas en pocos minutos, como si nunca hubiese pasado un pedazo de vida, me invitó a un asado. Nada qué hacer, viernes sin happy hours. Me animé. Era donde su amiga Nuri, ingeniera comercial de la norte que hablaba como si fuese una cuica de las más alcurniosas. Pero una raíz, una pequeña mueca falsa y enseguida podías saber que era de la provincia, que por el estudio había escalado alguna posición. No era para nada desagradable pero ese rasgo la hacía poco interesante, derechamente tonta. Los demás fueron llegando y ese mismo aire medio cuico, algo estirado y sin sustancia fue llenando el lugar. Emilia quizá era la única real en ese espacio. Me llamó la atención por qué se juntaba con esa gente si hasta en la luz más baja ella se veía distinta. La soledad, me dije, la misma que hoy me trajo acá. Entonces llegó German, apurado, como si viniera de algo intenso e importante o quizá como si quisiera que lo dejáramos descansar un rato después de una larga jornada. En su mano derecha traía algo. Al comienzo pensé que era un palo de pool o algo así, pero no. Un brillante y largo palo de golf se asomaba delante de mis ojos que a estas alturas ya estaban un poco desorbitados por el vino blanco helado que había bebido. German se sentó en el sillón moviendo sus brazos con efusividad mientras relataba cómo lo habían tratado de asaltar y con qué pericia había logrado zafarse del maleante a puros golpes de golf. Era entretenido, chistoso. Hasta que un rato después supe que era un empresario exitoso del sur que estaba instalando una empresa de ingeniería en la zona. Algo no me calzó al ver la cara sobre todo de Nuri que a su vez se esmeraba por parecer más refinada y cuica que antes. Bebí hasta que me sentí con sueño y me fui. A los tres días me reencontré con Emilia quién estaba muy nerviosa porque su pololo, un ingeniero de la pampa, estaba de cumpleaños y no había encontrado el regalo que quería. “Carlos juega golf y no sé dónde hay artículos de golf en Antofagasta”, me dijo. “Ubica a German, el del asado, él por lo que se vio juega golf también”, contesté. Emilia llamó a Nuri quien a su vez llamó a German quien recomendó fuéramos al Mall porque ahí habían artículos de golf. No sé cuántas vueltas nos dimos por ese maldito lugar. Cuatro a lo menos. Emilia llamó a Nuri. German esta vez no contestó. Nuri llamó a su amiga Rosa que ubicaba a German de la Xtres . Rosa le dio el número telefónico de la empresa donde trabajaba German porque conocía a otro ingeniero de ahí. “Aló”, dijo Nuri“. ¿Sí?”. “Se encontrará German García”. “Disculpe ¿quien dijo?”. “German García, el gerente”. “Señorita, el único German García que trabaja aquí es el junior pero en estos momentos no se encuentra”. Y Nuri lanzo un ramillete de chuchadas al aire perdiendo toda esa fineza que exhibió cuando la conocí en el asado.