viernes, 15 de julio de 2011

Viejohot's

Ale se mueve como Shakira bailando el galeón español. Para su culo adolescente y hace remolinos junto al tata que celebra 72 años. La quiere como a una hija. Señora Ema da pequeños saltos encumbrando el contexto. Don Roberto que le sigue el ritmo, cierra los ojos vacilando hacia adentro. Piensa en lo bien que lo están pasando. Don Luis mira el escenario enfrascado en el culo de Ale que mueve su cabeza para todos lados. La señora Rebeca observa a don Roberto y sonríe porque hace tiempo que no ve tan feliz a su marido. La China da vueltas entre los bailarines levantando las manos y coreando “al aire su bandera, su estampa señera, tu mundo ha de conquistar”. El Tata también levanta las manos y comienza un trencito. Don Luis abre la boca embelesado tanteando el culo de Ale que ha quedado al final. Separa sus piernas como si estuviera en un topless con una mina sentada en cada una de sus rodillas. Tira su cuerpo hacia adelante fijando sus ojos en el remolino. A su lado, su esposa, la señora Rosa, mira con tristeza cómo se mueve Ale.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Chico

No sé qué fijación tienen los hombres con el sexo anal. Estuve conversando con mi amiga Carla y me decía que era porque la cavidad es más estrecha y hay más roce y eso a los monos, como es obvio, les encanta. Tengo mis dudas. Algo de eso debe haber pero la insistencia de algunos, o mejor dicho la obsesión, me ha hecho sentirme objeto. No se trata de entregarlo o no, igual es rico, sino más bien de sentir que es parte de y no el objetivo final. Así como me lo hizo sentir mi amorcito que se tomó su tiempo para que la experiencia fuera un goce mutuo y una alternativa erótica más en nuestro itinerario sexual. Su técnica fue sublime, por lo menos para mí. Fuimos a ver la película el Cisne Negro y quedamos maravillados. Comenzó por molestarme preguntándome si yo era perfecta. “No”, le contesté. “¿Y estás dispuesta a pagar cualquier costo, como la protagonista de la película, para ser perfecta?” replicó. “Por supuesto que no”, le dije tajante, sonriendo. “Ah, qué bueno”, respondió mirándome las tetas. Esa conversa encendió la mecha y terminamos en su depto encamados, intentando alcanzar la perfección de un modo menos siniestro y mucho más satisfactorio que Naty Portman en su función de cisne negro. Comenzó por chuparme la concha con mi cuerpo tendido en la cama, iba de arriba abajo con suavidad hasta que me mojé y le acaricié el pelo y me puse a gemir, entonces él alternó lentamente el paso de su lengua por mi cosa y mi clítoris, con la introducción de su dedo en mi culo. El ejercicio me gustó aun más y metí su cara entre mis piernas y él respiró profundo y me metió su nariz en mi concha y lengüeteó mi orto y continuó yendo de arriba abajo, de la lengua a sus dedos, de sus dedos a mi ano y así hasta que estuve a punto de acabar. Luego, con un movimiento rápido, como para que mi placer no se alejara, puso mis piernas en sus hombros y comenzó a tantear mi culo que a esas alturas pedía lo suyo. Me introdujo su pico de a poco mientras acariciaba mi clítoris en una procesión en ascenso que terminó con un orgasmo espectacular. Más tarde, abrazados, sólo por la mecánica de la memoria, le pregunté a mi amorcito por qué a los hombres les gustaba tanto el sexo anal. “No sé, es rico. Quizás sea por lo primitivo, una especie de sumisión primigenia, algo así como la satisfacción total de haber cazado y domado en la intimidad y en lo más profundo a tu presa. Pero más suave y compartido. Más contemporáneo. Mejor”, respondió.

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