martes, 26 de febrero de 2008

Jealous Guy

Existe una línea de posesión siempre latente en todo el mundo. Pero a mi ex se le pasó la revolución y esa línea se transformó en una huella pesada y de ahí en un misil direccionado hacia sus seres más cercanos. Encima ahora con el asesinato del martillero público a manos del zar de la educación me puse a pensar en las locuras que ha hecho Roberto y en hasta dónde puede llegar un mono celoso. La culpa es de su vieja que lo crío mamón e inseguro. A veces nosotras nos transformamos en objetos malditos para nuestros hijos. No ha llegado a violentarme físicamente pero es fino para mortificar mi cabeza. Recuerdo la vez que llegó temprano a verme y habían dos tazas sucias en el lavaplatos. Cuando salió de la cocina entró a todas las piezas del departamento fingiendo buscar su ecuación. Fue tan patético. Y sufre. Y sufro. Me decía después que él busca que sea cierta toda su imaginería para no sentirse tan estúpido y culposo. Saciar su X de la incógnita con una solución a la medida de sus miedos. Encontrar la culpable, quedar como santo. Mi clave ahora es llorar lo más pronto posible cuando entra en trance. Eso lo descoloca y lo calma. No creo que sea porque busque hacerme llorar sino que se da cuenta que todo es una alegoría de sus derrotas y que no merezco ese plato de fondo. Y siempre no hay nadie más. Y si hubiese no importa porque el sufrimiento uno lo lleva en sí misma y no en el reflejo triste de nuestras carencias. Hoy no somos pareja y lo hecho de menos, no hay día en que no hablemos, a veces vamos al cine y conversamos mucho tiempo sobre nuestros proyectos. A veces bebemos un happy hour. Hasta que va en el tercer ron cola y comienza a violentarse. Entonces le doy un beso y me retiro en paz. Después, también a veces, él me llama para increparme porque me fui. Recuerdo las tazas otra vez y el departamento se ha agrandado hacia las cornisas de la ciudad y me da una pena enorme. Después desaparece. Supongo por la vergüenza. Y continuamos llamándonos siempre, porque me interesa su voz, porque al final, de algún modo completamente humano, también le interesa mi voz.