miércoles, 19 de diciembre de 2007

Vampira



Ningún hombre me ha querido prestar su cuello para sacarle sangre. Todos han puesto un pero. La sensualidad de sacar vida desde un lugar tan terso y primitivo como el cuello me excita. Así matan los depredadores. Muerden, rompen la yugular y destrozan la tráquea. Lo mío es más suave. Pasar la lengua y limpiar el sitio del suceso. Aprovechar ese momento en que él está indefenso. Un acto de fe que me calienta. Una posesión de piel, sangre, muerte y vida. El sexo sólo llega a ser una conclusión erótica de un cuadro ya erótico. Entre las sombras de nuestros cuerpos, entre las sábanas deshechas, la sangre funde un pacto sin trascendencia más que el placer de ser ama. La depredadora. No busco esposo ni novio. Busco un instante, un espacio que ilumine mi abominación como si una estrella destellara en mi pieza con un rojo oscuro y tibio. Probar la sal de la sal. Más sal después del sexo, más fluidos después de los fluidos. La vida sintetizada entre sudores y el acto primordial de una mordida ardiente.