jueves, 25 de noviembre de 2010

Baby Doll


Estoy clara después de pasar por dos machos alfa. Quedé preparada para saber cómo sostienen los maltratos. “Me tenís chato”. “…”. “Necesito espacio”. “…”. Y todo con esa autoridad que imprimen a sus palabras y sus gestos que, llevadas al otro lado de la cancha, cuando seducen, resultan aniquiladoras para nosotras. Porque, siendo sincera, cada vez que pasaba sentía que tenía la culpa, preguntándome cómo podía ser tan estúpida para incomodar a esos dioses. Pero claro, al final terminas dándote cuenta que nada es blanco y negro, y que los matices van de aquí para allá paseándose por nuestros corazones, y que al fin y al cabo te fastidias odiando esos gestos y odiándote a ti misma por no poder salir del ridículo círculo. Porque ¿quién quiere vivir sufriendo? Así es que en esta pasada mandé a la mierda a la primera a mi último pololo. Porque no merecía que me tratará así, como si fuese un mueble, un obstáculo que obstruye sus salidas a sus pichangas o a sus tobys, como si yo no lo permitiera. A la mierda nomás. Vira. Con rabia, con la mala onda acumulada por los recuerdos y los tics. Y otra vez lo de siempre, la culpa imponiendo la acción, el weveta llamando por teléfono como si nada, diciendo: “¿Y qué vamos a hacer hoy?” “Nada, esto te va a costar una buena arrastrá”. Y por supuesto, con el ego medio abajo, buscando mimarme un poquito, sentirme poderosa y rica. Y por su puesto también yendo al mall plaza, caminando en el culebreo de los antofagastinos, llegando al mural de la casa gibss, mirando a las señoras pintadas en la pared que pasean con sus sombrillas sobre sus cabezas, amarradas del brazo de señores con mostacho, y preguntándome si habrán sentido lo mismo que yo. Y él llamando otra vez para invitarme a cenar. Y yo diciendo “no sé”, cortando en seguida. Y él llamando otra vez. Y yo entrando a la butik enamorándome de un baby doll blanco. Y él llamando a mi puerta. Y yo con el baby doll puesto. Y él culeándome con la mirada. Y yo metiéndome en la cama, tapándome, pudorosa. Y él humildemente diciéndome “vístete, salgamos a cenar. Disculpa”. Y yo pensando que en el fondo nos parecemos mucho, aunque las formas se miren desde lejos. Atrayéndose.


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